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sábado, 28 de febrero de 2009

El fantasma de la soledad.


¿Que tal gente?
¿Alguna vez te has sentido como un fantasma caminando por las calles sin que nadie repare en vos? Te sientes chiquitito, insignificante, perdido… y ves que nadie te ayudará ¿Es como si te hubieras convertido en un indeseable, o peor aún como si realmente no estuvieses allí? ¿Y entonces dónde estás? ¿A cientos de kilómetros? ¿En otro lugar? Pero en el interior sabés que no es un sueño, que pase lo que pase nunca despertarás… Que debes enfrentarte con vos mismo y aceptar que en realidad estas solo…
Cada uno de aquellos que ves al caminar en las calles está solo a su manera. Quienes son o que sienten, a nadie le importa. Realmente todos estamos solos frente a la vida...
y a la muerte...


El desconocido.

Tenía la mirada triste, los ojos inundados de dolor, de un dolor que parecía querer expulsar en cada parpadeo.
La lluvia caía, mojando esa alma perdida en la vorágine grotesca de la tarde.
Era un día melancólico que se reflejaba a través de esa mirada, penetrando en lo profundo de su maltratado corazón.
El viento azotaba golpeándole el rostro con gélidas manos invernales.
Él caminaba sin rumbo fijo, con las ropas empapadas y un frío que le penetraba hasta los huesos, helándole la carne y la existencia. Vagaba desorientado por los caminos casuales y fortuitos, totalmente despojado de identidad y desahuciado de amores. Peregrinaba perdido entre delirios irreales y dolorosos recuerdos en las noches desiertas y amargas. Su morada era la calle, donde el cielo y las estrellas, la ciudad y sus aromas le pertenecían.
Buscó como otros tantos días un rincón seco frente a un local abandonado para guarecerse. Se instaló allí como pudo, con su pesada cruz de soledades y abandono. Desplegó un diario viejo de páginas amarillentas y se tendió a esperar la llegada de la noche, la llegada del descanso.
Tiritaba de frío y de fiebre, le dolía el cuerpo y su boca estaba seca. Cerró los ojos y cientos gritos de agonía y de dolor poblaron su pensamiento atormentándolo con su cruel insistencia. Y aunque cada vez que intentaba invocar ese ansiado alivio le sucedía lo mismo, no lograba evitar el tormento, ni esconderlo, ni disfrazarlo, ni mucho menos acostumbrarse a él. No tenía a quién acudir, ya no había ser en el mundo que se interesara por él, n i que lo recordara. Se sentía un fantasma vagando en la ciudad. Eso es lo que en realidad se había convertido: en un vagabundo.
Una vez más apareció ese incesante desfile de cuerpos mutilados, de rojos manantiales empapando la turba isleña, mientras ese coro de cientos de gemidos atormentadores modulaba una ópera de terror en el interior de su afiebrada mente. ¡Para entonces era tan joven! Ahora confundía el pasado con el presente, y los hechos...
Con un dejo de angustia vio pasar las imágenes de sus padres, tal como si ojeara un álbum de fotos viejas y perdidas en el tiempo. Su noviecita de la adolescencia, sus amigos, todos mezclándose con aquel archivo terrorífico de rostros deformados por la máscara de dolor... Y aquel olor que invadió para siempre, una y otra vez su olfato, olor a sangre... olor a muerte.
Poco a poco se internó en las profundidades de la inconciencia, como entregado, como rendido al sepulcral silencio, a ese reposo perpetuo que regala la muerte. Y ante ese último acto de voluntad, se desvaneció ante el mundo, sin quejas ni reproches, tan sólo feliz de llegar al final de la línea.
En la mañana unos transeúntes encontraron el cuerpo sin vida.
No hubo grandes funerales, ni misas honrando su memoria, sólo un mísero ataúd... y ahora una tumba sin nombre.
Nadie supo ni sabrá jamás que allí yace este héroe anónimo que sobrevivió a una guerra injusta e inútil, que desangró y marcó a fuego la memoria colectiva de nuestra Historia Argentina.

Fin.



2 comentarios:

gusmanzai dijo...

Hola Sil:

Muuuuuy bueno. Creo que nunca lei un tipo de relato asi tuyo, tan crudo, y con esa descripcion tipica de un paisaje del Tenebrismo. La verdad genial. Como siempre sigue así.

Besos

monica dijo...

Muy buenos Syl. Me alegra poder leer cosas escritas por amigos. Seguí así.